domingo, 18 de octubre de 2009

Misión Esperanza (¿o regodeos del protagonismo?)

De niño me decían que el cielo estaba arriba y el infierno abajo. Que la lucha entre el bien y el mal, era la imagen del Arcángel San Miguel haciendo morder el polvo al propio Lucifer. Luego, en la escuela franciscana, aprendí los 10 mandamientos de memoria y los recitaba como si fueran las tablas de multiplicar. Me enseñaron que el sol, el lobo y la luna eran hermanos y que San Francisco de Asís fue el santo sui generis de los santos. Francisco (dice la historia) fue el niño pipi del barrio quien a cierta edad negó su opulencia y estatus y se lanzó a la precariedad y fundación de su tendencia. Tenía la asombrosa capacidad de hablar con los animales y la paciencia de sanar y alimentar a los leprosos de su época. Tal fue la vocación de humildad y renuncia de Francisco, que hasta el Vaticano, allá por 1209, aprobó su programa franciscano. Chico de Asís, al igual que muchos otros santos populares, es sinónimo de servicio y su leyenda ha influenciado tanto la fe, que hasta se han fundado colegios privados y costosos en su nombre.

Temiendo morir apedreado, puedo decir que lo que acontece en nuestro tiempo, está muy lejos de una enseñanza franciscana sea cual sea la religión que se practica. Basta recorrer unos metros al salir de casa o encender la tele para admirar todo el marketing en nombre de Dios. De Lutero a San Ignacio de Loyola, del emperador Constantino al padre Pío, del Vaticano a Vida Abundante; el nombre de Dios se ha convertido en una muletilla, en un carraspeo monetario, en una alquimia para ganar la lotería, en un espejismo donde los milagros van de la mano con las tarjetas de crédito (también de débito). Se pueden comprar trozos de la cruz de cristo, pañuelos sagrados con el sudor del nazareno, rosas benditas, velitas mágicas, sanaciones por Internet, reservaciones a los restaurantes de las casas curales y el último grito de la moda en trasmisión celestial: un reality show llamado Misión Esperanza, y aquí es donde quiero aterrizar.

Misión Esperanza tiene como fin recoger necesitados de la calle, alimentarlos, vestirlos y darles la oportunidad de una nueva vida alejados de la piedra, el alcohol y la indigencia. Una Brigada con cámaras al hombro, se da a la tarea de buscar de suburbio en suburbio a los más necesitados. Causa muy noble por parte de los misioneros esperanzados. Con música religiosa de fondo, hacen acercamientos sobre los rostros de los indigentes y esta es la trama del programa que, con bombetas y maracas, anuncian que ya van por su segunda temporada. Un programa donde la dignidad queda de lado, y sale a relucir la buena obra que se hace. No sé si es fácil o no ser un indigente, no sé si es por voluntad propia o ajena que terminaron en la calle, tampoco sé si Dios tiene que ver en el asunto, o si es la filosofía de Tomás de Aquino (fe–razón, creación, política) lo que induce al ser humano a terminar en una vida azarosa. Lo que sí puedo afirmar, es el abuso a la imagen, a la integridad de estas personas. ¿Por qué no hacer una labor de caridad en silencio? ¿Por qué no tener un perfil bajo y hacer que la trama de Misión Esperanza funcione sin tener que compararla con la mayoría de programas circo- amarillistas que nos bombardea? ¿O tendrán Los misioneros la (des)esperanza de ganar un premio televisivo o alguna portada de revista por la grandeza de sus actos? Es más, ¿llevarán a todos los indigentes del programa a recoger el cheque de los patrocinadores? Como decía el poeta hondureño Roberto Sossa: “Los pobres son muchos y por eso/ es imposible olvidarlos”. Pero una cosa es recordar y otra figurar.


No me imagino al niño mimado de Asís viviendo en estos tiempos, donde el panfleto espiritual es el mecanismo para figurar en ciertas congregaciones. Tampoco me imagino a Jesús publicitando su tentación en el desierto, sus curaciones a los lisiados, la multiplicación de alimentos que ni los G8 han logrado repetir. En nombre de Dios se recolecta dinero para el condominio del pastor, en nombre de Dios se escudan los futbolistas, en nombre de Dios suplican por el Estado laico, en nombre de Dios se disculpa el político, el agresor, los columnistas, los infieles, los curas lujuriosos, en nombre de Dios Misión Esperanza hace una buena obra, pero también en nombre de Dios figuran como si fueran una banda de rock o estrellas de Hollywood. Y antes que me pregunten que hago yo por los indigentes, que hago yo por los más necesitados o si realizo una buena obra, puedo decir: sí, no, tal vez; pero evito colgar a Dios en mi boca como si fuera un enjuague bucal.