sábado, 11 de abril de 2009

Carta al hermano Jorge

“Allá arriba
Las nubes de mi infancia sobreviven”
Luis Rogelio Nogueras


Querido Jorge, sin contar los bisiestos en que mamá te piensa un rato más, van 28 años sin saber de vos. Es decir, 10220 días ya, que tu nombre se fermentó en nuestro árbol genealógico. Cómo ha pasado el tiempo Jorgito. Te has perdido todos tus cumpleaños en los que no hay pastel, ni piñata, ni mañanitas del rey David. Sólo el recuerdo que aturde como un mosquito en mi alma.
Pero a mi modo soy feliz; crecí, amé, le he pellizcado las nalgas a la felicidad y aunque en la mayoría de las cosas fracasé, no por eso, me dejo de ver en el espejo cada mañana. Si pudieras ver en tu hermano mayor la fe que tiene en las palabras, te cagarías de la risa. Yo, tu hermano mayor que escribe poemas con la misma devoción con la que intenta rasurar el agua, tu hermano mayor que no tiene un buen consejo que darte, tu hermano mayor que no es el mejor ejemplo a seguir aunque mamá se sienta orgullosa que, a los 31 años, obtenga el título universitario que tanto ha llorado. Jorgito, tu hermano mayor que nunca te enseño como darle el primer beso a la güila que te hiciera sudar, el que nunca viajó con vos a el Salvador ( tu patria paterna), el que nunca te enseñó los mejores lugares para jugar escondido en casa de la abuela. Tengo poco que hablar de mí y tanto que saber de vos, que en esta carta no caben todas mis preguntas intangibles. Pero vamos despacio Jorgito, qué te puedo decir de esta vida, te has perdido tantas cosas buenas como la comida china, los abrazos largos y tibios de mamá, el whisky y cómo hacer castillos de arena en la playa con vasitos desechables. Y otro poco de cosas malas, a las que desearía cerrarles la jareta en este mundo. Acá, no ha sido fácil ser hijo único (no sé cómo se las arreglaba Jesús en su tiempo con su padre arriba). Yo, al menos, tuve que lidiar sin tu compañía en el colegio de monjas, tuve que darme de golpes sin tus puños en el barrio para poder subsistir, robarme un helado de la pulpería sin tu coartada, reventar los vidrios de los Casasola sin ninguna de tus pedradas, jugar al futbol sin poder escogerte en mi equipo, en fin, he tenido que ensuciarme las manos solo y desde entonces no he dejado de luchar en este monólogo que trato de explicarte. Debés de saber que tengo el vicio de fumar y otros vicios menores a los que tengo que recurrir cuando la noche ríe como una hiena, cuando el silencio se hace más grande en tu silencio. Me pregunto, si dónde estás, a tus 28 años, si tenés todos los placeres que te gustan y que no sean placeres menores, al contrario, que sea un verdadero paraíso donde no te falte el chocolate caliente o las mejores ediciones de Condorito, un paraíso donde otro haga el papel de hermano y te preste las camisas, los zapatos, la colonia. Un paraíso donde escuchés la risa de mamá y te dejen andar descalzo por los charcos.
¿Qué más te puedo decir? mamá y yo fingimos ser normales para no atraer miradas y el tiempo pasa como un potro desbocado por tu tumba que en un momento diferente a éste fue blanca. Cuidate de este invierno, no te vayás a resfriar. Y Jorgito, si dónde estás hay buenos escondites, hazlo saber, tal vez querás jugar a las escondidas con mamá o con tu hermano mayor cuando te encontremos.