Acechar el borde
de las palabras.
Escribir sobre el muro de la duda.
Pensar que los dioses son ilusiones.
Poe eso, saciar con unos cuantos jazzistas
el tiempo encerrado en sí mismo,
salir al sol,
saludar a la vecina de enfrente
y, de paso, admirarle el trasero
para que no digan
que tengo cara
de solitario suicida.
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