viernes, 24 de octubre de 2008



Miércoles 29 de octubre, 7 y 30 p.m.
CASA CULTURAL AMÓN

(250 norte del hotel Aurola Holiday Inn)

Presentación del poemario

PARA NO PENSAR

de Ricardo Marín

(Ediciones Arboleda)

Comentarios de Felipe Granados



Les esperamos

Tradicional copita de vino

jueves, 9 de octubre de 2008

Las Solamavi

La ventana principal abierta de par en par. El olor a cebolla a la plancha se siente a 50 metros a la redonda. La madrugada se acerca a Coronado con la misma inercia después de 24 horas de exilio.Aquí siempre es una parada obligada, un peaje de frituras y chalupas. De la ventana hacia dentro, las mujeres Solamavi esculpen el fuego, hierven leche, cocinan tortas de carne, rallan el repollo, fríen papas, parten con exactitud el tomate, tienen sueños, se (des) enamoran, abandonan su faceta de madre, de abuela, de tía, de amiga, de vez en cuando sonríen, guardan el secreto de la mayonesa de su tribu como un tesoro perdido, dialogan entre ellas, dialogan con los clientes, toman y dan ordenes, a ratos bostezan. De la ventana hacia afuera, están los taxistas, los piratas con aire de taxistas, los alcohólicos, los pedreros, muchachas que regresan de las discos con dolor de piernas, chóferes de bus con ojeras, los que regresan de los karaokes convencidos de que cantan, motociclistas que invitan a sus novias a tomarse una crema en leche y entre tacos y salchipapas se juran amor eterno, solteros frustrados, solteros con suerte, viudas que alegran su soledad a punta de colesterol, cruzrrojistas con insomnio, carteles pegados a la pared del tipo: “ofrezco mis servicios como chofer, buenos modales, educado, honrado, favor llamar al tel ... y preguntar por Pancho”, “Campaña de castración de perros y gatos”, “ Retiro espiritual para parejas”, “Jesucristo Viene”. En el VIP del salón, hay una familia o eso nos quieren dar a entender, el padre se come los restos de una empanada arreglada que dejó su esposa, los hijos menores pelean por la orden de papas, la hija mayor pide una coca lihgt para comerse un par de tacos. En otra mesa, un hombre, chaqueta de cuero y ceño fruncido, toma solamente un café, enciende un cigarrillo y mira la tele sin interés de lo que sucede a su alrededor. Las mujeres Solamavi mientras tanto, apaciguan a sus clientes de la ventana con sonrisas.

-Ya casi está la doble carne con doble queso guila- me dice Sonia, una de las Solamavi.
– ¿con cebolla? digo que sí
– ¿la cebolla cocinada? Me pregunta haciendo sí con la cabeza, yo vuelvo a decir que sí.
– ¿ y a la doña no le va a llevar nada hoy? Me dice en son de broma, digo que una con jamón y queso.

No hay otro lugar de comida rápida como este, pienso. Y si los hay deben de ser esenciales para la humanidad como este: mujeres Solamavi de gabacha azul, alimentando a toda una masa de noctámbulos, una masa que se niega a volver a casa con las manos o el estómago vacío, una secta que se encuentra por un momento y tal vez nunca se vuelvan a ver y solo tienen en común el gusto por la mostaza y la noche. El sonido del freidor es una música inclaudicable, el aire en la calle es frío, no hay ni una mosca, en la radio suena un clásico de cumbia, Laura, otra de las Solamavi, canta. El cuida carros mudo hace señales que nadie entiende. Cada vez llega más gente y más órdenes y más entregas. Las Solamavi tienen memoria fotográfica, no apuntan, memorizan. Doña Digna cobra, Sonia le da vuelta a las tortas, Laura está en la licuadora cantando, María atiende el VIP del salón.

-Nene, la doble queso y doble carne lleva un palito, me dice Sonia.

Recibo la bolsa plástica con las dos hamburguesas dentro, me deben de brillar los ojos y el paladar, le entrego el dinero a doña Digna y pido una crema en leche como la novia del motociclista a la que todavía le están jurando amor eterno .Mientras, Negra, Macha y Canelo, los perros obesos, los mimados del local, duermen en la acera. Negra tiene pesadillas o convulsiona, Macha está a punto de tener un ataque cardiaco, Canelo ronca, la clientela no puede creer que sean perros o viceversa. Llegan más taxistas, más piratas, más motociclistas, las Solamavi lanzan más tortas, más repollo, más sonrisas. Así, madrugada tras otra, como el último clan perdido de las amazonas, las Solamavi esculpen el fuego y tienen el don de llevar en sus manos todo el pan, el humor y las calorías necesarias para absolver a todos sus feligreses.